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La mujer joven: desarrollando potenciales

Autor: Jaquie Bustamante
31 de julio de 2018

Dentro del desarrollo humano femenino, después de la menarca y hasta los 21 años, la mujer vive una etapa crucial de maduración física y emocional.

Esta fase se caracteriza por un proceso de individuación que implica el ejercicio de la voluntad propia a través del pensamiento y las acciones.

La menstruación marca el inicio de este lapso en la vida de la mujer como un proceso de adaptación, exploración, disfrute y desarrollo de las cualidades personales.

El tercer septenio vital abre un complejo espacio de evolución en la experiencia y la imagen que la mujer cultiva de sí misma.

Se refleja también en su interacción con el entorno, ya que empieza a experimentar el proceso dinámico de su ciclo menstrual, que implica una adaptación a nivel físico con el manejo de su cuerpo, de su sangre, de su autoimagen y su autocuidado.

La menstruación conlleva igualmente cambios mentales y emocionales dictados por las funciones hormonales en cada etapa del ciclo y nos abre la posibilidad de expandir la observación y el conocimiento de nuestro mundo emocional que se expresa con más matices que en las etapas anteriores.

Estas variaciones forjan nuestra experiencia individual, permitiendo el desarrollo de habilidades de regulación emocional y de profundización en las relaciones interpersonales.

Puesto que esta etapa comprende la edad escolar de los niveles medio y medio superior, también puede implicar la realización de la intención de la mujer de desarrollar a través del estudio las habilidades que le permitan ejercer un trabajo técnico, profesional o vocacional o de definir un plan de vida profesional.

Por otro lado, de acuerdo a las estadísticas de la Secretaría de Salud Pública en México, las mujeres en nuestro país inician su vida sexual en promedio entre los 15 y los 21 años. La experiencia de la sexualidad devela una nueva esfera de responsabilidad que genera un sinnúmero de efectos en la experiencia personal. A nivel energético, suma complejidad y en ocasiones incluso interferencia a la definición del constructo interno personal.

En este cambio que popularmente se etiqueta como “de niña a mujer” nos enfrentamos a un sistema de expectativas y de constructos culturales que súbitamente exigen una consciencia del comportamiento y de la relación con el sexo opuesto que está llena de prejuicios y de regulaciones que vehiculan un sentido de valía como persona.

Esta visión está cambiando gracias a una mayor visibilización de mujeres jóvenes sin hijos que asumen una independencia económica, su libertad sexual y un desarrollo profesional, que desafían al modelo tradicional opresivo y limitante.´Sin embargo, son pocos los contextos familiares que ofrecen un verdadero acompañamiento comprensivo e informativo para que las mujeres se conozcan y exploren libremente y a profundidad, lo que resulta en que muchas mujeres se embarazan siendo aún adolescentes, sin haber completado cabalmente su fase de maduración como individuo.

Completar el ciclo individual antes de asumir la responsabilidad de un embarazo puede por ejemplo traducirse en un ejercicio pleno de la sexualidad y una referencia más integral de la identidad personal. Esto mismo favorece el cultivo de relaciones e interacciones autogestivas y equilibradas con el entorno.

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