Después de la Marcha 8M
El 8 de marzo 2020 fue un día histórico en la Ciudad de México. La marcha de mujeres convocó a una multitud que se distinguía por su diversidad.
Fue una clara demostración de que las mujeres están nutriendo las redes que abren la brecha para una transformación social de fondo.
No ha habido un comunicado oficial sobre el número de manifestantes del pasado domingo. Pero en la memoria de todas aquellas que acudieron hay un registro emotivo de miles de voces cantando, gritando y exigiendo justicia y mayor seguridad, entre otras respuestas del gobierno.
Las consignas que se corearon fueron muy variadas. Algunas compañeras tenían posturas muy aguerridas; otras, hasta provocadoras; otras más adoptaron inclusive una postura bastante conservadora. Sin embargo, un común denominador fue experimentar la grata experiencia de la solidaridad, de la complicidad entre mujeres aún pese a haber tenido encuentros acalorados en las redes.
Algunas nos han platicado de su experiencia de reconocer la zona de desastre como un campo de guerra en el que su individualidad se esfumó como si hubiesen despertado de un sueño, para darse cuenta de que en la embriaguez de la euforia buscaban que la ciudad entera reflejara el espíritu de lo que acababan de vivir.
Tras el acto heroico de caminar algunos metros o kilómetros codo a codo, muchas regresaron a casa con sus sueños cumplidos y reflejados en una foto, mientras que otras se sorprendieron al oír su propia voz gritando con energía de una manera que no habían sentido antes en su vida. Aquellas que marcharon buscando justicia con expedientes de denuncia expuestos en sus pancartas y el corazón herido se sintieron escuchadas y acompañadas por miles de hermanas ese día.
Todas las emociones se hicieron presentes y el registro gráfico de los medios independientes y la prensa lo hacen patente.
Cynthia nos da su testimonio:
Decidí ir a la marcha por el principio de conciencia propia que intento tener. Me hubiera encantado ir con mi mamá para vivirlo juntas, pero no se animó. Para mí, la marcha fue una participación consciente, con la convicción de que hombres y mujeres buenos y malos buscamos un fin común. Sentí que en un 90% el sentimiento de las participantes es de exigencia sobre tener condiciones de seguridad y seguimiento a crímenes hacia la mujer, también la penalización de cosas como que nos chiflen en la calle o que en algún momento alguien cercano se permita decir palabras o tener comportamientos inapropiados hacia cualquiera sólo por el hecho de ser mujer.
El contraste máximo fue ver por un lado un grupo de amigas de 60 años o más y por el otro a unas encapuchadas que rayaban y rompían cosas.
Durante la movilización, pensé en cómo me pondría si desapareciera mi hermana, mi mamá, mi tía, mi prima o mi sobrina.
Lo que más me impresionó fueron dos cosas: a eso de las 7 de la noche, me andaba de la pipí y mi teléfono ya no tenía pila. Entramos al Palacio de Hierro y aprovechamos para comer ahí. Éramos un grupo de cinco mujeres. Al salir caminamos por la avenida Juárez una tres cuadras muy rápido, por la calle desierta y mal iluminada. Todas pensamos lo mismo: no tendríamos que salir caminando así, rápido, nunca. Ni nosotras, ni ningún niño u hombre. Al final, lo importante no es una marcha: es cómo se vive el resto. La conciencia que se genera o no. La desolación, el abandono y el destrozo se sienten cuando algo se violenta por dentro y le puede pasar a cualquiera.
Y luego, enfrente de Bellas Artes, los antros horribles esos, con el reggaeton y las luces a todo lo que dan y la gente ahí tomando.
Al final así funcionamos… ¿será que podamos en serio ser empáticos? ¿O sólo se arma una marcha pero todo sigue igual?
Testimonio de Karina:
Sí, quizá vas a ver la televisión y te mostrarán las pintas, en los periódicos puede que se prioricen las fotos de los destrozos y en las redes se mostrarán algunos actos de vandalismo.
Puede ser que no “te prenda” el movimiento, que te preocupen los monumentos, que te espantes por los dogmas religiosos, que haya intereses sociales, políticos, infiltrad@s, cosas ocultas, oscuras, planes maquiavélicos y misteriosos, jaja… Pero yo estuve ahí y conocí mujeres que me cuidaron, que no me dejaron sola ni un momento, que me abrazaron y me tomaron de la mano para no perderme ni quedarme atrás.
Vi a miles de mujeres de todas las edades compartiendo sonrisas. Caminé despacio porque éramos demasiadas. Bailé y grité. Sí, grité porque en otros momentos de mi vida dudé en hacerlo por miedo, grité porque hubo ocasiones en que me importó ser juzgada, grité porque quiero y porque puedo.
Aplaudí por los hombres mostrando respeto, por los hombres acompañando a sus mujeres, por los padres que han perdido una hija, una hermana, una esposa… por los hombres que completan mi manada.
Grité por las que ya no están. Grité y seguí bailando porque celebro estar viva. Porque ¿sabes? Alguna vez estuve en la línea entre poder y no poder escribir esto.
Si alguna vez fui violenta contigo, conmigo: perdón, lo siento, gracias, te amo.
Bendita la unidad que cree en un mundo mejor, gracias por nutrir mi fuerza.
No violencia, no al miedo. Ni una más.
“Cada paso que doy, cada paso que das, nos articula, nos une, nos entreteje, nos hermana”.