La divina Muerte
La palabra muerte despierta necesariamente una emoción.
Solemos reaccionar al imaginar nuestra propia muerte, la de nuestros seres queridos, la de nuestra estirpe… Sin embargo, es sano resignificarla y aceptarla como el cierre de ciclo de cada una de las etapas por las que transitamos a lo largo de la vida.
La “muerte de transformación” en nuestra vida es la posibilidad de permitir que el personaje actual que sobrelleva la vida y sus situaciones pueda morir para permitir que otros aspectos de nosotros mismos se manifiesten y elijan nuevas maneras de responder a las circunstancias. El principio de crear un vacío para darle la bienvenida a algo nuevo es la premisa principal de la muerte. Morir a los diferentes patrones de sufrimiento que tenemos a través de las decisiones que tomamos implica dar un salto al vacío.
Si bien la muerte conlleva una pérdida, la posibilidad de decidir qué perder es un paso voluntario a morir. Podemos hablar de adicciones, de relaciones tóxicas, de hábitos nocivos, de rivalidades, de vicios emocionales que nos enfrentan al miedo a lo desconocido, aquellos aspectos a los que a veces nos aferramos y por ello los perpetuamos.
Mirando la propia vida en retrospectiva, es posible ubicar momentos clave en los cuales diferentes aspectos de nuestra personalidad han muerto y observar cómo esos cambios han generado nuevas oportunidades o le han abierto el paso a una nueva vida. A lo largo de una sola vida se engloban diferentes vivencias.
La muerte en términos de salud puede ser una invitación al autocuidado, porque mantenerla a la vista nos permite que cada paso que damos en la vida sea una decisión. A final de cuentas, cada cosa que realizamos responde al instinto de vivir. Inclusive una persona con depresión profunda, que acaricia el suicidio como un alivio a sus pesares, muchas veces sin saberlo lo que tiene son ganas de cambiar de vida más que de acabar con su experiencia vital. Es muy distinto pensar: “ya no quiero vivir así” que “deseo matarme”. En nuestro trato con alguien en esta situación, podemos buscar conectar a la persona con aquello que la mantiene en vida y tal vez generar la consciencia de que puede ariesgarse, agotar sus recursos personales, que quien ha perdido todo, ya no tiene nada que perder.
Algunas enseñanzas ancestrales valoran así el concepto de muerte. Honrar el deceso de los aspectos de nuestra vida requiere un proceso de duelo y gratitud, de tal forma que la consciencia de la impermanencia de lo que nos rodea y lo que somos nos permite habitar plenamente de cada instante de nuestra existencia. Podamos nombrar entonces como “divina muerte” a todo lo que nos permite renovarnos y apreciar nuevas creaciones.