La mujer amante y madre
Al asumir y explorar su sexualidad, la mujer despierta a su energía creativa.
Según las estadísticas oficiales, un alto porcentaje de mujeres en México inicia sus dinámicas sexuales sociales entre los 14 y los 16 años. Sabemos que en la adolescencia integramos patrones complejos de nuevas experiencias, que en gran medida forjan nuestra identidad y en base a las experiencias de intimidad con otras personas puede propiciarse una buena o no tan buena identificación con el entorno o promoverse una autoimagen contaminada por cánones externos.
Cuando la vida sexual en pareja llega en un momento de mayor madurez, alrededor de los 21 años, la personalidad está establecida sobre bases más sólidas y hay un despertar más consciente al potencial creativo. La capacidad de generar vida puede traducirse en la materialización de proyectos o también, claro está, en un embarazo.
La etapa de madre de la mujer inicia cuando se percata de que en su vientre se gesta un nuevo ser. Este cambio en su cuerpo conlleva un movimiento energético, mental y emocional perceptible en mayor o menor grado de una mujer a otra. A nivel fisiológico, el cuerpo mismo activa hormonas y mecanismos que favorecen la expresión de características propias de la maternidad. La mujer se vuelve fuente de alimento y de sostén.
Socialmente, un complejo sistema de paradigmas actual nos deja la tarea de redefinir la forma en que se quiere ejercer la crianza. Comúnmente, de entrada la mujer se entrega a servir de pilar para su descendencia a los niveles mental, emocional, material, físico y espiritual, adaptando su capacidad de transformación para sincronizarla con el desarrollo de sus hijos. Dicha tarea le permite explorar un abanico infinito de aspectos a través de los cuales logra nutrir, proveer y ofrecer contención.
La fase materna, a diferencia de otras que son transitorias, se extiende a lo largo de toda la vida, aunque se expresa de diferentes maneras al transcurrir los años. Desde la primera crianza de sus retoños hasta que estos alcanzan la mayoría de edad, la mujer enfoca en mayor o menor medida su energía en el desarrollo de sus hijos. Llegado el momento, la maternidad se traduce sobre todo en un proceso de acompañamiento. La maternidad es un vínculo indisoluble e intemporal.