El primer sangrado o menarca
Según la antroposofía, hombres y mujeres tienen un inicio de vida común durante los primeros dos septenios de sus vidas.
La primera infancia, que va del nacimiento a los primeros siete años, es la etapa en la que se sustenta el desarrollo físico, concluyendo al caerse los primeros dientes. El cuidado del infante durante esta etapa se centra en proporcionar la experiencia de la bondad, ya que es el principal fundamento de su desarrollo emocional.
El segundo septenio se manifiesta como un puente en el que la persona sale del nido y empieza a adquirir individualidad y a expresarse en el mundo exterior bajo el fundamento emocional de la belleza. Es al final del segundo septenio, por ahí de los 14 años, que se da la importante diferencia entre sexos que consolida el desarrollo corporal con el despertar de la hipófisis y el inicio de la función de las glándulas sexuales o gónadas (ovarios en mujeres, testiculos en hombres), de tal forma que los cambios de estructura del cuerpo infantil determinan de manera importante el paso a la siguiente fase. Para las mujeres implica un cambio radical con la primera menstruación, ya que en su experiencia del mundo durante los primeros años formativos el mundo interno se había venido manifestando hasta entonces sin variaciones que dependan de lo que sucede en su cuerpo físico.
En este sentido, la menarca -o primer sangrado menstrual– implica un cambio radical de la experiencia interna de la mujer. Su experiencia de conformación de un “yo” basado en ciclos comunes como la noche y el día o las estaciones del año pasa a definirse a partir de un “yo” basado en la experiencia de un ciclo personal con cuatro fases diferentes a lo largo del mes. La menarca implica un portal a una nueva esfera de conocimiento personal a partir del cual se constituye la identidad.
Este portal de la primera menstruación es visto de diferentes formas de acuerdo al contexto cultural. En general, implica un cambio importante en la interacción con el sexo opuesto y en la relación con las demás mujeres del entorno. Marca la posibilidad de iniciar una vida sexual que desemboque en maternidad y se le atribuyen cualidades de acuerdo al constructo social de lo que implica ser mujer y su papel en la cultura.
La experiencia de cada mujer de su primera menstruación es un evento que determina en muchos niveles su propia visión de lo que es ser mujer y de su percepción de la menstruación. Sabemos que las mujeres que fueron recibidas a esta nueva etapa de vida a través de una celebración de bienvenida con acompañamiento, en un contexto de naturalidad y respeto, sostienen a lo largo de su vida una buena relación consigo mismas, con la menstruación, con su cuerpo y con las relaciones de su entorno.
Sin embargo, en el escenario más común en las culturas occidentales modernas, la mujer se inicia en esta nueva etapa de vida en un contexto negativo, con castigos, así como con una relativa pérdida de libertad en su expresión con los hombres y mujeres de su entorno, la limitación de su movimiento y de su disfrute y con una condena ante sus cambios. Observamos que muchas mujeres frenan su desarrollo emocional limitando su expresión, construyen una imagen pobre de sí mismas y de su cuerpo y se desconectan de una visión natural de la menstruación, adoptando prejuicios negativos de lo que es ser mujer y lo que la menstruación aporta.
La menarca implica un importante paso en nuestra construcción de nosotras mismas y por ello es muy alentador constatar que una toma de conciencia con este respecto le permite a más jóvenes procurarse herramientas para sanar y resignificar su sentido de ser mujeres a partir de este portal.