El pulso del duelo y la vida
Durante la vida vamos viviendo diferentes tipos de pérdidas: cambios de residencia, cierres de ciclos escolares, la muerte de seres queridos (humanos o animales), las separaciones de pareja, el desempleo. Las más significativas nos provocan un estado emocional de vulnerabilidad, incertidumbre y dolor.
Existen también pérdidas como un cambio en nuestras rutinas o en nuestro estilo de vida por razones económicas, el corte de una relación de amistad o una crisis de salud.
Cada pérdida tiene un impacto y requiere de un proceso emocional de adaptación al nuevo estado y a los retos que conlleva, a fin de asumir los nuevos escenarios, los roles y las nuevas realidades. A este proceso le llamamos duelo.
El duelo evoluciona en altibajos emocionales, como un diagrama del pulso cardiaco que nos indica que la vida sigue latiendo. Si nos permitimos abrir el corazón a un posible acompañamiento, vemos que el laberinto del duelo suele estar poblado de símbolos y de aliados, para ayudarnos a definir qué y quiénes siguen presentes a nuestro lado en la nueva realidad.
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, referencia fundamental en materia de duelo y tanatología, lo describe en cinco etapas que conforman una estructura. Suelen ser consecutivas, aunque es importante subrayar que no son lineales. El modelo no es rígido y, por el contrario, puede manifestarse de manera aleatoria, de ida y vuelta de una fase a la otra o en oleadas cíclicas.
Las etapas de un duelo sano y completo son:
- Negación. Expresamos desde nuestra forma de hablar y nuestras actitudes que “no ha pasado nada”, nos resistimos a aceptar que hubo un cambio o a reconocer que el cambio que se produjo nos afecta y que tiene una repercusión en nuestra cotidianeidad.
- Enojo, indiferencia o ira. Se desata mucho enojo, generalmente culpando o reclamándole a la persona que se ausentó o a la situación que vivimos. La carga emocional se expresa en un estado de frustración e impotencia y toda condición adversa es percibida con relación al evento, la pérdida o la ausencia.
- Negociación. La persona guarda la esperanza de que nada cambie y de que ella pueda influir de algún modo en la situación, como comportarse de maneras extravagantes esperando que una relación no termine o buscar tratamientos novedosos para curar enfermedades terminales.
- Dolor Emocional (o depresión). La persona empieza a asumir la realidad de la pérdida y experimenta tristeza y desesperanza. Pueden llegar a suceder episodios depresivos que gradualmente ceden con el tiempo.
- Aceptación. Se asume que la pérdida es un fenómeno inevitable y que es un componente natural del ciclo vital. Supone un cambio de visión de la situación más allá la pérdida, desde la perspectiva de que aceptar no es sinónimo de olvidar.
El corazón encuentra alivio en reconocer que la adaptación a las circunstancias es siempre un proceso. Permitirnos digerir pacientemente el duelo, desde el amor y la autoestima, abona a la propia reconstrucción interna. Y así, trabajar y procesar plenamente nuestros duelos nos ubica como agentes positivos en nuestro entorno.