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Sexualidad femenina II

Autor: Jaquie Bustamante
16 de abril de 2018

La sexualidad como sistema integral de la existencia, motor de energía vital y origen del todo permea cada una de nuestras relaciones, interacciones y creaciones.

Para comprender las formas en que estas interacciones se producen y nos afectan, es necesario permitirnos visualizar todo contacto como un intercambio de vida, es decir, como una especie de dinámica sexual. Así, todas nuestras interacciones tienen implicaciones en nuestro desarrollo personal y crecimiento espiritual, ya que todo intercambio implica una energía compartida.

Hablar de cómo toda interacción  funciona en términos energéticos en una visión más amplia define a la sexualidad como un proceso en el que a través del contacto hay un potencial de transformación, independientemente de si conlleva un contacto genital o no.

Si observamos cómo toda interacción con el “otro” propicia un cambio a nivel interno personal, reconocemos que, al establecer un contacto, de entrada hacemos una lectura intuitiva de la persona, nos formamos una imagen según la impresión y las emociones que nos proyecta. Esto repercute en nuestro sistema y en cierta medida nos transforma. En apariencia, puede tratarse de un encuentro en el que aceptamos o rechazamos un intercambio energético, mostrando afinidad o no. No obstante, a múltiples niveles, la simple presencia del “otro”, aún cuando se trate de un encuentro superficial, penetra nuestros sentidos y algunas veces hasta nuestro campo energético.

Al visualizar que toda interacción establece un contacto sexual aunque no implique un contacto genital, las relaciones adquieren un carácter de mayor profundidad, lo que nos motiva a ir más allá de la información y aspirar a alcanzar niveles más sutiles de conexión.

La cantidad de energía y de conexión que implica un contacto sexual genital transforma a ambas partes en prácticamente todos los niveles del ser, independientemente del sexo. Por lo demás, la ecuación hombre+mujer se vincula de forma importante con el cuerpo, la energía, el linaje, la información genética y la vida del “otro”. A pesar de llevar a cabo el acto de creación emblemático por excelencia, es muy común restarle importancia ya que, de forma comercial y cotidiana, el acto genital heterosexual ha sido reducido a un mero marcador de status para los hombres y de valor para las mujeres.

En estos días, desvirtuar el carácter sagrado del contacto y tener una actividad sexual desvinculada de la consciencia genera gran cantidad de sufrimiento y de confusión. Un enorme número tanto de hombres como de mujeres ejercen su sexualidad evacuando los procesos de emoción o de consciencia.

En este sentido, la forma en que este ejercicio de la sexualidad afecta a las mujeres requiere de la comprensión de la naturaleza energética de la mujer, ya que la diferencia entre el cuerpo del hombre y la mujer no sólo radica en lo físico, sino también involucra lo energético.

Fisiológicamente, el sistema hormonal y los órganos diferenciados marcan un ritmo diferente. El organismo femenino es una estructura que nos aporta dones y talentos específicos que hoy en día estamos explorando con un interés cada vez mayor y que al mismo tiempo nos permite comprender la expresión de la sexualidad en términos más amplios, ya que abordamos el cuerpo como la expresión y sus funciones como un sistema completo.

Las mujeres somos receptivas en todos los sentidos, no sólo en la relación pene-vagina sino en general, en los aspectos emocionales y espirituales. Consciente o inconscientemente,  absorbemos emociones, ideas y todo tipo de energías de nuestras parejas al vincularnos sexualmente.

El nexo energético se mantiene vigente en el cuerpo femenino hasta por ocho años, implicando que la mujer puede seguir arrastrando por largo tiempo energías de cada pareja con la que ha compartido su intimidad sexual.

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