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Una historia con la copa menstrual

Autor: Jaquie Bustamante
15 de febrero de 2019

Hace 18 años me inscribí al Programa de Sexualidad Humana de la Facultad de Psicología de la UNAM.

Mi motivación y temas de estudio principales tenían que ver con el autoconocimiento, la exploración y la resignificación de la sexualidad femenina y lo que se relacionara con tales procesos, por lo que mi tesis se centró en el uso del condón femenino con esos objetivos. En ese momento, dichos condones empezaban a comercializarse en México y se esperaba que fueran una herramienta eficaz de protección contra las enfermedades sexualmente transmisibles (EST) en poblaciones de riesgo. De igual manera, su uso se perfilaba como una vía de empoderamiento en torno a los derechos sexuales y reproductivos de la mujer.

Mi investigación me llevó a enterarme de la copa menstrual en 2002, cuando empezaba a cobrar auge en Europa y en Estados Unidos la comercialización del reciente modelo hecho en silicón. La nueva patente había sido recibida con aún mayor entusiasmo que el modelo anterior a base de caucho que, según me enteré, ya llevaba varios años en el mercado.

Mi emoción fué tal -y era tan escaso mi conocimiento de las ventas por internet- que en cuanto pude compré un boleto al Reino Unido para procurarme mi primera copa menstrual. Baste con decir que conseguir la copa no fue lo único que hice durante mi estancia por allá. Realizar ese viaje, con todo lo que implicaba, significó para mí un salto transgresor hacia algo que me permitiría descubrir el hilo verde de la sexualidad femenina y relacionarlo con mi tesis. Resultaría ser una plataforma para abordar temas de sexualidad y realizar un trabajo de transformación en torno a la historia personal, el cuerpo, la identidad y la mutación gradual del rol de la mujer en la sociedad.

Mi primer acercamiento a la copa no dejó entrever el laberinto personal en el que estaba por adentrarme, poblado de monstruos y de aliados, al servicio de un camino en apariencia sólo académico cuyo objetivo principal era el de titularme con un pronunciamiento a favor de las mujeres en general. Yo no sospechaba que, al filo del tiempo, se convertiría en un laboratorio personal que hoy vivo como mi más significativa expresión espiritual, desencadenada desde el primer contacto que tuve con mi sangre y que me ha llevado a explorar universos de sabidurías y de cultos ancestrales.

La copa para mí en mucho más que un simple dispositivo de higiene femenina. Se ha convertido en un puente de reconexión y de exploración personal, así como también en un canal para profundizar, descubrir y entender lo que las mujeres expresan de sí mismas.

El uso de la copa menstrual sin duda repercute positivamente en los ámbitos ecológicos y económicos pero, más aún, transforma y enriquece la esfera personal de las usuarias, mejorando nuestra calidad de vida al propiciar una liberación del movimiento y de las rutinas de desecho de toallas y tampones tóxicos y contaminantes. Además, le permite a las mujeres observar en su propio cuerpo procesos alquímicos. Nos ha regalado la oportunidad de superar una barrera ante nosotras mismas estimulando una mayor curiosidad relativa a la menstruación. Fuera de las preguntas básicas de inicio sobre la copa, sobre cómo usarla, cómo se sentirá y qué se podrá hacer con ella puesta, el simple hecho de tocarnos genitalmente sin pudor y experimentar el contacto con el contenido cuando llega la hora de vaciarla, poco a poco nos llena de respuestas que surgen desde el nivel más inconsciente. La copa nos brinda elementos para redefinir la imagen que tenemos de nosotras mismas y para resignificar la menstruación, que van de la mano con el aprendizaje gradual de los aspectos físicos tangibles, como la cantidad de sangre que vertemos y sus características tales como su color, su olor o no-olor y su textura.

Es común oir hablar de la fascinación que genera extraer por primera vez la copa llena de ese flujo vital que puede parecer casi místico para unas y repulsivo para otras. Resulta casi imposible pasar por alto la transgresión al discurso que tenemos bien interiorizado de evitar todo contacto con nuestra vulva, nuestra vagina y más aún con nuestra sangre. La impresión de la sangre despierta miles de registros emocionales en torno a ella y al propio cuerpo. Puede conllevar el derrumbe paulatino de todo un sistema de represión y una reconexión con el sentido natural de nuestro cuerpo. La simpleza de admirar y palpar la copa húmeda, caliente y viva, llama a la sangre a rebelarse contra las obsesiones higiénicas injustificadas que buscan menospreciarla e invisibilizarla.

Solemos vivir con frustración y vergüenza el intento por ejercer control sobre la sangre y es muy liberador reconocer el periodo como todo un ritual de movimientos conscientes y de comunión con la naturaleza, que danza con nosotras a través del ciclo menstrual. Las molestias menstruales ceden, la cantidad de flujo se estabiliza y muchas veces hasta disminuye y muchas, en el proceso, empezamos a percibir la sangre como un recurso vital y no como un desecho. Establecemos un sentido de liberación respecto a la carga de desechables en nuestro bolsillo, nuestra ropa interior y nuestra vagina, experimentamos un ciclo menstrual libre de las múltiples toxinas que han venido envenenando nuestra experiencia en los sentidos literal y figurado y con ello limpiamos nuestro sexo y nuestra sexualidad de mucha basura mental, emocional y física que introyectamos de una sociedad que históricamente nos ha tratado con poca valía y con desprecio.

Hoy, después de 13 años de usar la copa menstrual y de acoger infinitos testimonios de mujeres a mi alrededor, veo más que nunca un llamado generalizado a tomar consciencia de lo femenino y del equilibrio, tanto para los hombres como para las propias mujeres, y a nutrirnos con la sabiduría ancestral que nos comunican la tierra y sus ciclos.

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